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Una introducción a las plataformas digitales


¿Qué son las plataformas digitales? ¿Cómo funcionan y de qué modo median nuestras interacciones y consumos cotidianamente?


No es ninguna novedad que las plataformas digitales se han constituido en la última década en espacios centrales para nuestra comunicación, trabajo, socialización y entretenimiento. Algunas de las cifras más actualizadas y reveladoras sobre su expansión provienen del ámbito educativo y de un escenario particular: la pandemia por Covid-19. Como advierte la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica (2020), para interactuar con sus estudiantes, enviarles actividades, conservar los vínculos pedagógicos y compartir información con las familias, entre otros, los y las docentes ―tanto del Nivel Inicial y Primario como del Secundario― hicieron un uso extensivo de la plataforma de mensajería WhatsApp y, también, se validaron diversas plataformas educativas, como Google Classroom y Moodle (37 %), plataformas de videoconferencias y reuniones virtuales, como Zoom, Meet y Jitsi (35 %) y otras con algo más de tradición en el ámbito escolar, como Facebook y Blogger (21 %).

Círculos con los logos de Instagram, Twitter y LinkedIn superpuestos unos sobre otros y en diferentes colores.

Geralt en Pixabay

Pero, antes de seguir: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de plataformas?

Hay quienes las definen como espacios en línea a los cuales las personas pueden acceder desde distintos dispositivos con el fin de comunicarse con otras personas usuarias, consumir, producir y compartir contenidos, enseñar, aprender y formar comunidades en torno a intereses de distintos tipos. Esta definición pone el foco en aquello que las plataformas efectivamente nos habilitan a hacer a partir de sus funcionalidades.

Al mismo tiempo, hay quienes advierten que una definición de este tipo, cuando no presenta otros matices, se alinea con dos representaciones que las grandes corporaciones tecnológicas ―y sobre todo, el conglomerado monopólico de compañías Big Tech GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft)― han contribuido a instalar: la imagen de las plataformas como espacios colaborativos, horizontales, de conexión y participación de los usuarios y las usuarias, y también como entornos neutros o transparentes, que viabilizan y hacen más fácil aquello que, como personas usuarias, queremos hacer, en lugar de modelarlo o condicionarlo. 

Varias personas dibujadas en color celeste. De cada una parten líneas que las conectan con las demás.

Geralt en Pixabay

 

Las plataformas y su infraestructura: datos, modelos de negocios y algo más

Una segunda definición, algo más crítica, nos revela los andamiajes infraestructurales ―técnico-culturales, políticos y económicos― que, a pesar de ser invisibilizados, sostienen estos espacios digitales. A diferencia de países como China, donde la participación estatal es protagónica, en el mundo occidental las plataformas son espacios públicos cuyos dueños son mayormente actores privados. Así pues, su gobernanza se rige por incentivos comerciales, más que por el bienestar colectivo de la sociedad: como han advertido José van Dijck y más especialistas, la sociabilidad en las plataformas está codificada y gobernada por algoritmos de modo alineado a un modelo de negocios particular. 

Dos personas ante un teléfono celular gigante analizan datos. Hay un ícono de configuración, un gráfico, una estrella de favoritos y un reloj.

Jmexclusives en Pixabay

¿Qué significa esto? Primero, que cuando aceptamos las condiciones de privacidad de las plataformas, la información personal que proveemos y las interacciones que desarrollamos comienzan a ser convertidas en puntos de datos. Estos datos son analizados y curados, sirven para armar perfiles o «dobles» de los usuarios en función de sus gustos y consumos, y así, pasan a constituir productos ―las nuevas materias primas del mercado (commodities)― que luego son vendidos a terceros y utilizados por las plataformas para predecir nuestros comportamientos y los de otras personas usuarias. Podríamos pensar que se trata meramente de un proceso de recolección de datos, una transacción que aceptamos ―con algo de culpa, quizás― a cambio de los servicios que nos brindan las plataformas en el marco de las reglas del sistema capitalista. Pero no: hay algo más. 

 

El botón Me gusta y la popularidad como modo de conocer

El diseño de las plataformas, su configuración, ofrece ciertos modos de conocer y relacionarnos con el mundo y las personas, mientras que descarta otros. No solo recolecta datos, sino que configura el entorno en que nos relacionamos, para poder hacerse mejor de esa información. Eso, por lo menos, complejiza las cosas. Pensemos esta cuestión a partir del ejemplo que nos brinda el botón Me gusta ―uno de los grandes inventos de las plataformas―.
 

La mano del botón «Me gusta» de Facebook en 3D.

Mizter_X94 en Pixabay

Primero, en su dimensión más visible, este nos permite que valoremos positivamente las producciones que circulan por internet y que, a partir de un simple clic, generemos una interacción con otros y otras. Pero podemos ir más allá en el análisis: el botón es una moneda de doble cara. Al hacer clic en él, al mismo tiempo que nos comunicamos, informamos algo sobre nosotros y nosotras; un dato que, sin demasiado esfuerzo por parte de quien lo otorga, alimenta el modelo de negocios de la plataforma. Esa doble cara, a la vez social y técnica, nuclea parte importante de la ventaja del botón. Pero la cuestión no acaba allí.

Al cuantificar el gusto, el botón también contribuye a dotar de «popularidad» y visibilidad a ciertas producciones y personas usuarias en la red. Esto le permite a la plataforma ―de modo informado en datos― otorgarle relevancia y visibilidad específicamente a quienes generan grandes volúmenes de interacción ―el pan y el agua de las plataformas―. Mientras mayor sea el volumen de interacción en torno a ese contenido, mayor será la posibilidad de que otros usuarios generen interacciones en torno a él y, por tanto, mayor la contribución a alimentar de datos a las plataformas. Todo esto también hace al compromiso de atención que generamos con ese entorno: mientras mayor sea el intercambio en torno a un contenido, mayor será la posibilidad de que nos mantengamos «enganchados» y no abandonemos la plataforma. 
Una persona de pie. Delante, flotan en el aire los logos de diferentes plataformas.

Peggy_Marco en Pixabay

Sumémosle a esto otra dimensión semiótica y cultural: el botón Me gusta es una herramienta de comunicación abierta, susceptible de las más variadas interpretaciones. Esto le ha permitido adecuarse a múltiples usos sociales que dependen del contexto y la relación entre las personas usuarias. Por ejemplo, el «me gusta» que nos da en una foto de nuestro cumpleaños una amiga que asistió a ese cumpleaños probablemente no tenga el mismo sentido que aquel que nos da una amiga que fue invitada y no pudo ir, y busca transmitirnos una forma de disculpa. Ambos, no obstante, caben en el «me gusta». E incluso así, con toda su apertura, el botón no deja de conservar un rasgo semántico eminentemente «positivo». Por esa razón permite reforzar ―en lugar de contribuir a romper― las relaciones entre los usuarios de una red social, estimulando así su permanencia en la plataforma.

 

La personalización: entre el reconocimiento de patrones y la predicción de comportamientos

Otro modo de conocer traccionado por las plataformas es la personalización. Pensemos en el algoritmo que selecciona qué aparece en la sección de noticias o en las cronologías de plataformas como Facebook, Twitter o Instagram o en el que trabaja jerarquizando los resultados de nuestras búsquedas en el motor de Google. Esos algoritmos realizan predicciones sobre los contenidos que les interesarán a las personas usuarias, en función del contenido con el que ya se han involucrado en el pasado y también con aquel que les ha sido de interés a otros usuarios y usuarias afines, ya sea porque son contactos en redes sociales o, como en el caso de Google, porque comparten el idioma o la geolocalización.

El objetivo de las plataformas de personalizar y adaptarse a la experiencia del usuario o usuaria les permite a las personas formar comunidades adaptadas a sus intereses y afectos. Sin embargo, hay quienes han advertido que ese objetivo también puede conducir a que las personas generen burbujas de cierto hermetismo en su comunicación en redes. Esto favorece, por ejemplo, la circulación de fake news, susceptibles de propagarse más rápidamente a través de grupos sociales que comparten creencias y valores.

Una mano sostiene una bola transparente, como un pequeño mundo, con logos de redes sociales y empresas de tecnología en su superficie en tono celeste.

Geralt en Pixabay

Hay quienes señalan que en la base de estos procesos existe una epistemología empiricista que se pretende neutra, científica y objetiva, pero que está lejos de serlo. Esta epistemología ―traccionada por un proceso de datificación de todos los ámbitos de la vida social― se traduce en operaciones, como son, por ejemplo, el reconocimiento de patrones y la predicción de comportamientos. A partir de los datos que recolecta la plataforma, los algoritmos analizan de modo automatizado cómo hemos actuado, con el fin de generar predicciones sobre cómo lo haremos en el futuro. De allí también que por momentos tengamos la impresión de que las plataformas «nos escuchan» cuando se adelantan haciendo sugerencias vinculadas a búsquedas que aún no hemos compartido con nuestros dispositivos.

Para seguir indagando en esta cuestión, les recomendamos explorar un juego diseñado por el proyecto El gato y la caja. Este ilustra con claridad el modo de funcionamiento del reconocimiento de patrones y la predicción de comportamiento a partir del uso de un algoritmo sencillo, y también ofrece algunas reflexiones sobre las posibilidades y limitaciones de los algoritmos, el reconocimiento de patrones y la inteligencia artificial.

 

¿Qué queda fuera de los modos de conocer de la infraestructura de plataformas?

Por último, es importante señalar que, si bien es cierto que estos procesos habilitan a pensar en diversos usos potencialmente beneficiosos para el bienestar social, también presentan algunos problemas que queremos formular en términos de preguntas: ¿qué sucede con todo aquello que se sale de los patrones reconocidos de la normalidad y que las plataformas más importantes descartan a la hora de ofrecernos información, resultados de búsqueda, opciones de consumos culturales? ¿Qué lugar cabe en las plataformas para la diversidad, para aquello que es distinto, minoritario, contrahegemónico o que no es «popular» o «personalizado»? Si la epistemología que rige la infraestructura de las plataformas se guía por operaciones automatizadas como el reconocimiento de patrones, ¿qué otras operaciones con el conocimiento que podrían resultar valiosas quedan descartadas?

Como bien afirma el especialista Ben Williams al abordar el problema de la creciente datificación de la educación: los datos recolectados por plataformas pueden aportarnos información masiva muy velozmente, pero al mismo tiempo es usual que tiendan a borrar las complejidades, los sentidos, los contextos, los factores causales que no pueden ser explicados por un patrón, dado que este solo nos habla de un estado de cosas, pero no de las razones que explican por qué existe ese estado de cosas, qué lo motiva o cómo transformarlo. Todas ellas, preguntas que resultan fundamentales para espacios como la escuela, preguntas que existen, precisamente, para formularlas y buscarles respuestas.

Ficha

Publicado: 02 de agosto de 2021

Última modificación: 24 de febrero de 2023

Audiencia

Docentes

Área / disciplina

Educación Tecnológica y Digital

Nivel

Secundario

Superior

Categoría

Artículos

Modalidad

Todas

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Texto

Etiquetas

tecnología

medios de comunicación

Autor/es

Alejo González López Ledesma

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