Las barreras que enfrentan las mujeres en el mercado de trabajo argentino
Candelaria Botto describe en este artículo la desigualdad en términos de género que se evidencia en los diversos indicadores económicos, así como las barreras específicas con que se topan las mujeres a la hora de entrar en el mercado laboral. La autora es economista, docente y activista feminista.
Vivimos en una sociedad estructuralmente desigual en términos de género. Esta desigualdad se evidencia en los diversos indicadores económicos tanto de la Argentina, como de la región y del mundo. Entendiendo este marco, vale la pena interiorizarse en las barreras específicas con que se topan las mujeres a la hora de entrar en el mercado laboral. Cabe destacar la falta de desagregación de los datos en relación con la identidad de género y la orientación sexual, lo que nos imposibilita visibilizar los obstáculos que enfrenta el colectivo LGBTTTIQ+ y discutir estrategias para superarlos.
Las mujeres ganan menos
Cuando analizamos los números del mercado laboral argentino, notamos que las mujeres ganan, en promedio, un 21,6 % menos que los varones. En el tercer trimestre de 2020, mientras las mujeres percibieron $25.800 de sueldo promedio, los varones ganaron $32.800. Por otra parte, cuando vemos el conjunto de personas que trabajan de manera informal —es decir, que no tienen descuentos jubilatorios ni obra social—, esa diferencia aumenta en más de diez puntos porcentuales. En otras palabras, y según los informes de economiafeminita, las trabajadoras informales ganan un 31,8 % menos que los trabajadores informales.
Población | Ingreso | Brecha | Mujeres | Varones |
---|---|---|---|---|
Perceptores de ingreso |
Ingreso total individual |
23,1% |
$ 29.600 | $ 38.400 |
Ocupadas/os |
Ingreso por la ocupación principal | 21,6 % | $ 25.800 | $ 32.800 |
Asalariadas/os sin desc. jubil. |
Ingreso por la ocupación principal | 31,8 % | $ 12.800 | $ 18.800 |
Perceptores de jubilación |
Jubilación | 14,1 % | $ 22.600 | $ 26.300 |
* Por poblaciones y tipo de ingreso en el total de aglomerados urbanos, en 3er. trimestre 2020. Los valores consignados en pesos son la media de ingresos de varones y mujeres.
#EcoFemiData y EcoFeminita en base a EPH-INDEC
Las mujeres consiguen peores trabajos
Ahora bien, cuando analizamos esta diferencia entre el promedio del salario de las mujeres y de los varones, lo primero que notamos es lo que se llama techo de cristal. Se trata de una metáfora de la economía feminista para visibilizar la falta de mujeres en los cargos jerárquicos, tanto en el sector público (gobernaciones, ministerios, juzgados federales, etc.) como en el sector privado (direcciones generales, gerencias de primera línea, etc.).
Del total de las personas que trabajan, el 8 % ocupa cargos jerárquicos, y menos del 4% de las trabajadoras tiene cargos de dirección y jefatura. Este es un hecho preocupante no solo en términos de ingresos —ya que quienes están más arriba en la pirámide profesional ganan más—, sino también en términos de poder. Las decisiones, en general, se toman en las cimas, y hoy entonces las toman mayoritariamente varones.
Las mujeres son menos reconocidas en sus trabajos
A los techos de cristal debemos sumarles las paredes de cristal, metáfora que se utiliza para explicar la feminización de ciertas tareas consideradas históricamente de mujeres (como enseñanza, enfermería, servicio doméstico) y la masculinización de las tareas consideradas históricamente de varones (industria, construcción, logística y tecnología entre otras).
Las paredes de cristal no solo reproducen los estereotipos de género (que vinculan a las mujeres con trabajos relacionados con los cuidados y la reproducción humana, y a los varones, con la fuerza y el ingenio), sino que además se evidencia que el ingreso promedio de los sectores económicos «de varones» es más alto que el de los sectores económicos «de mujeres». En otras palabras, la sociedad valora y reconoce económicamente mejor las tareas masculinizadas que las feminizadas.
Rama de la ocupación | Taza de feminización | Ingreso mensual promedio |
---|---|---|
Servicio doméstico |
97,5 % | $ 11.400 |
Enseñanza |
71,5 % | $ 34.000 |
Servicios sociales y de salud | 68,8 % |
$ 37.000 |
Actividades primarias |
32,3 % | $ 49.000 |
Industria manufacturera |
28,7 % | $ 30.900 |
Transporte, almacenamiento y comunicaciones |
10,9 % | $ 40.200 |
Construcción |
4,0 % | $ 20.500 |
* Se considera el ingreso mesual promedio. Total de aglomerados urbanos, 3er trimestre de 2020.
#EcoFemiData y EcoFeminita en base a EPH-INDEC
Las paredes y los techos de cristal no son fenómenos separados, sino que se retroalimentan. Incluso podemos observar que en los gremios de los sectores feminizados —por ejemplo, la docencia— la dirección suele ser ocupada por varones, aun cuando representen menos de un tercio del conjunto del sector de enseñanza. Entonces, hay techos de cristal incluso en los sectores feminizados y hay paredes de cristal también en los cargos jerárquicos, cuando las mujeres acceden a puestos de dirección relacionados con el cuidado. Esto último se evidencia tanto en el sector público (Ministerio de Salud, Juzgado de Familia, Comisión de Familia, etc.) como en el sector privado (gerencia de recursos humanos, etc.).
Las mujeres y la docencia
Más de siete de cada diez docentes en nuestro país son mujeres. Si bien este sector forma parte de los típicamente feminizados —incluso esta feminización se profundiza en los niveles inicial y primario, donde casi todo el plantel docente son mujeres—, al ser un trabajo principalmente contratado por el sector público tiene niveles de ingreso promedio y de formalización más altos que los otros sectores feminizados, como enfermería y trabajo doméstico.
Esto se debe a que tanto en la Argentina como en muchos países de la región la variable que más pesa a la hora de definir los ingresos y las condiciones laborales es el registro de la relación laboral. El hecho de que la docencia se encuentre contratada mayormente por el Estado le genera un piso de derechos laborales y de acuerdos salariales que no evidencian, por ejemplo, las trabajadoras de casas particulares o muchas enfermeras.
En este sentido, también es importante el rol de los gremios. El trabajo docente posee un estatuto especial, que tiene en cuenta sus especificidades y permite un esquema de licencias y jubilación acorde a la intensidad de la tarea. A su vez, la lucha gremial patentizada en cada intento de reducción de los ingresos docentes posibilita un ingreso promedio más alto que en el sector de enfermería —donde rige la fragmentación gremial del sector de salud— o en el servicio doméstico —donde la falta de registro es clave para explicar los magros salarios—.
Las mujeres consiguen menos trabajos y más precarizados
Al hecho de que las mujeres cobran menos, consiguen peores trabajos y los trabajos en los que se suelen desempeñar están peor pagos, se suma una mayor tasa de desocupación, subocupación e informalidad.
El promedio de mujeres que buscan empleo sin conseguirlo es de más de un 13 %, mientras que en los varones, baja a poco más del 10 %. A su vez, la tasa de subocupación —dada por las trabajadoras que no consiguen una jornada completa y buscan activamente— es casi dos puntos porcentuales mayor que la de los varones.
Las mujeres que consiguen trabajo tienen mayor posibilidad de obtener un empleo no registrado, que no les paguen los aportes jubilatorios ni la obra social. Casi un tercio del conjunto se desempeña en estas condiciones laborales, lo que se explica en gran medida por el peso del sector de trabajadoras de casas particulares, donde se concentran la mayor cantidad de no registros.
Este fenómeno también tiene una metáfora para explicarlo desde la perspectiva feminista y se llama escaleras rotas. Tiene que ver con el hecho de que la permanencia de las mujeres en el mercado laboral está directamente relacionada con su carga de trabajo de cuidado no remunerado en el hogar o la familia. En este sentido, la tasa de participación de las mujeres baja cuando hay presencia de menores de edad en el hogar, mientras que sucede lo opuesto en el caso de los varones. De esta forma, se evidencia la vigencia de un modelo de varón proveedor y de mujer cuidadora, quien a lo sumo tendrá un trabajo como ingreso complementario, en general contratado de manera precaria y con magros ingresos.
Una historia de falta de reconocimiento al trabajo de las mujeres
En este punto es importante detenerse a definir qué se entiende por trabajo. Desde la economía tradicional, y cuando se determinan los indicadores del mercado de trabajo, se lo piensa como una «actividad remunerada». Puede ser trabajo registrado, con los aportes correspondientes, o informal, sin obra social ni aportes jubilatorios. Aunque la segunda categoría está por fuera del circuito formal de la economía, entra en la dimensión de mercado de trabajo para poder evaluar el estado de situación de un país que tiene casi el 40 % de su masa laboral en la informalidad.
Sin embargo, lo que analizamos empieza y termina en las actividades remuneradas, y deja fuera todas las tareas necesarias para sostener nuestra cotidianeidad, que se realizan en forma gratuita, como las labores comunitarias y domésticas (excepto cuando se contrata una trabajadora de casa particular). Ambos trabajos demostraron ser esenciales, sobre todo durante la pandemia de la COVID-19, pero siempre quedaron fuera de los que se analizan en el mercado laboral.
Desde las economías feministas, hace muchas décadas se reclama la ampliación del concepto de trabajo para visibilizar el aporte que se realiza por fuera del ámbito mercantil pero que es necesario para el sostenimiento de la sociedad. En este sentido, las consignas del paro internacional feminista —que se realiza desde 2017 cada 8 de marzo en más de cincuenta países— buscan mostrar que «si nosotras paramos, se para el mundo». Sin las compras hechas, la ropa limpia, la comida preparada, los medicamentos administrados en tiempos y forma, los comedores comunitarios y un sinfín de tareas más que realizan mayoritariamente las mujeres de manera no remunerada, la sociedad no podría funcionar como tal.
Por último, observamos que el mercado de trabajo argentino sigue en muchos casos pensando los ingresos económicos de las mujeres como complementarios a los de un varón, que es proveedor central. Este tipo de organización familiar viene revolucionada hace varias décadas, y es necesario que desde las instituciones se piense cómo acompañar estas transformaciones, no solo para asegurar la autonomía económica de las mujeres sino también para concebir otras organizaciones familiares más acordes a estos tiempos (hogares monomarentales, familias no heterosexuales, etc.).
Ficha
Publicado: 05 de julio de 2021
Última modificación: 01 de noviembre de 2022
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General
Área / disciplina
Economía
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Secundario
Superior
Categoría
Artículos
Modalidad
Todas
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Etiquetas
género
economía argentina
mercado laboral
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Candelaria Botto
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