VOLVER A FILTROS

Alejandro Katz: “Se piensa que la lectura pertenece al pasado y se actúa en consonancia, no leyendo”

"El problema del editor no es sólo decidir qué publica, sino también qué rechaza."

06062007¿Quién es Alejandro Katz?

Nació en Buenos Aires, y residió durante siete años en México, donde se graduó de licenciado en Lengua y Literatura. Crítico, ensayista, traductor y editor, colaboró en suplementos y revistas culturales, principalmente en la Argentina, México, España y Colombia. Dirigió durante quince años el Fondo de Cultura Económica de la Argentina; fue Consejero de la Cámara Argentina del Libro y miembro ad honórem del Consejo de Cultura de la Nación, entre otras actividades. Hoy dirige Katz Editores, un sello editorial con su nombre.

En diálogo con educ.ar, Katz (que reparte su tiempo entre Madrid y Buenos Aires, donde el sello tiene sus sedes) nos cuenta cómo lleva adelante su editorial, cuyos primeros libros llegaron a las librerías en abril de 2006 y que mantienen una línea seria y rigurosa de ensayo y debate intelectual.

Ante la pregunta sobre si proyectos de este tipo –aunque importantes por su valor intelectual– pueden remar a contracorriente de las tendencias marcadas por el marketing y el bestsellerismo, Katz se muestra muy seguro de su apuesta: la coherencia y la calidad de su catálogo.
—Katz editores trae una línea seria y rigurosa de libros de ensayo y debate intelectual. Sus autores son mayoritariamente extranjeros y los títulos mas llamativos de sus colecciones fueron publicados originalmente en otras lenguas ¿Tiene en carpeta publicar a heréticos o desconocidos en habla castellana?

—Sí, naturalmente tenemos previsto publicar autores de nuestro idioma. No hacerlo durante el primer año obedeció a consideraciones estratégicas, no ideológicas: no sólo valoramos a los productores de conocimiento de nuestro idioma, sino que los consideramos imprescindibles en un catálogo editorial de calidad. Y, de hecho, tenemos ya varios proyectos en marcha, algunos de gran envergadura. Confío en que antes de fines de este año nuestro catálogo se enriquecerá con la incorporación de obras de autores importantes del mundo iberoamericano. En relación con los adjetivos que usted utiliza –heréticos o desconocidos- no puedo dar una respuesta: nuestros criterios de incorporación de obras a nuestro catálogo no toman en cuenta esas consideraciones: nos importa la calidad del pensamiento, la elegancia de la expresión, la pertinencia de la obra en el conjunto de la propuesta editorial que llevamos a los lectores, no el carácter de conocido o desconocido del autor. De hecho, hemos publicado autores de gran prestigio junto con otros que no tenían obra traducida a nuestro idioma y algunos muy jóvenes y, de algún modo, “desconocidos”, como usted dice. Lo que importa es que la obra sea necesaria. En cuanto al carácter herético, me deja un poco perplejo: una herejía es –de acuerdo con la primera acepción que da el Diccionario de la Academia- la negación de alguno de los dogmas establecidos por una religión. Por tanto, para decidir si nuestros autores son heréticos deberíamos precisar, primero, en relación con qué cuerpo de doctrina…

—¿Cuáles son las fuentes por las que se entera de los libros y autores nuevos que aparecen en el mercado?¿ Vía ferias internacionales, revistas especializadas extranjeras u otras, le aportó algo en este sentido la 33 edición de la Feria del Libro de Buenos Aires?

—El editor, según lo definió en alguna ocasión Javier Pradera –uno de los más grandes editores de nuestro idioma- es un vampiro. Y, como tal, se nutre de sangres diversas, sangres de temperaturas distintas, con variadas composiciones químicas –incluso, en ocasiones, de sangres infectadas: ¡Dios nos libre!-. Así las cosas, las fuentes son las que usted menciona y muchas otras: notas al pie de página, menciones en obras ajenas, charlas informales y formales, comentarios de libreros y lectores, recomendaciones de autores y periodistas –especializados o no-, y, por supuesto, algunas otras cuyo origen y modo de funcionamiento conviene mantener bajo una tenue sombra puesto que constituyen, como se dice habitualmente, ventajas competitivas. Por lo demás, debe decirse que esta información está disponible de modos relativamente sencillos y razonablemente económicos. La cuestión es qué hace uno con ella: el problema del editor no es sólo decidir qué publica, sino también qué rechaza. El valor de un catálogo – y por tanto de una empresa editorial- no radica en el éxito o la importancia de algunos de sus títulos, sino en la coherencia de su proyecto, en su capacidad de establecer un sistema de lectura para un grupo de lectores.

—Los sellos editoriales nacionales independientes ya casi no existen. Son los grandes conglomerados mundiales los que inventan lectores hoy. ¿Podrá usted remar a contracorriente de esas tendencias marcadas por el marketing y el best-sellerismo?

—Permítame discrepar con la proposición que da origen a su pregunta: no creo que los sellos editoriales nacionales independientes ya casi no existen. Creo que existen, y que muchos de ellos gozan de buena salud, es decir, de un largo futuro: Amorrortu es un sello editorial nacional independiente, como lo es Adriana Hidalgo, como lo es Interzona, como lo es V&R, como lo es el Zorzal… En segundo lugar, no veo un valor en sí al hecho de ser un sello editorial nacional independiente. Veo valores en la calidad de la oferta editorial, y todavía no está probado que los sellos nacionales independientes sean los únicos que aseguran esa calidad, ni que todos ellos estén preocupados por asegurar esa calidad. Creo, más bien, que en esta industria hay una buena mezcla de dimensiones, intereses empresariales, propuestas editoriales, búsquedas de públicos específicos y no específicos que proporciona inmensas alternativas al lector y muy buenas oportunidades a los editores. En nuestro caso, no pretendemos remar a contracorriente, lo cual sería, por definición, un despilfarro de energía y recursos. Pretendemos estar en la corriente. Posiblemente no en la misma corriente por la que navegan los grandes transatlánticos del best sellerismo, pero sí en las corrientes que, desde hace muchos siglos, y hoy con un entusiasmo no menor, son navegadas por pequeñas comunidades de personas preocupadas por el conocimiento, atentas al mundo de las ideas, abiertas a los debates intelectuales y académicos.

—Sí, sus títulos son hipersofisticados y para una elite cultural, como Ud. dice “pequeñas comunidades”. ¿Cree que la editorial podrá sostenerse económicamente durante mucho tiempo?

—Yo no diría que nuestros títulos son “hipersofisticados”. Creo que nuestro catálogo busca –y espero que encuentre- un balance adecuado entre algunas obras que plantean más dificultades de lectura y otras verdaderamente agradables para lectores cultivados pero no especialistas en las diversas materias. No puedo negar, con todo, que nuestro público es, como usted dice, parte de una élite cultural, y por definición las élites son de número reducido. Ahora bien: qué es el número reducido, o, dicho de otro modo, reducido en relación con qué. Nuestro idioma cuenta con más de cuatrocientos millones de hablantes. Si la población lectora es del orden del 5% del total de la población (y fíjese usted que todos los estudios que se han hecho de conducta lectora en idioma español: México, Argentina, España… indican que al menos el 50% de la población lee al menos un libro por año, y para esta respuesta yo hablo del 5%) habría unos veinte millones de lectores en idioma español. Nosotros necesitamos que nuestros libros sean leídos por el 0,01% de ese 5%, es decir por dos mil personas (y, en verdad, por algo menos de esa cifra) para poder sostenernos económicamente. Debo reconocer, con todo, que no es evidente que ese resultado se produzca, al menos en los tiempos necesarios y con la eficiencia necesaria (particularmente, con el ajuste adecuado entre oferta y demanda). Para ello, debemos estrechar la relación con nuestros lectores, escuchar y apoyar a los libreros, obtener la mejor difusión posible en la prensa adecuada, y trabajar catorce horas diarias. Y, además, un poco de suerte.

—Ud. en una entrevista comentaba que el problema del que tanto se habla, “la muerte del libro” no es cierta y dice “el libro no va a morir ni va a desaparecer el problema es la falta de lectores. ¿Qué tipo de políticas de estímulo de lectores se podrían pensar y que faltan en nuestro país?

—No soy un experto en políticas de promoción del libro y de la lectura: soy simplemente un editor y, por tanto, lo que puedo decir está antes en el terreno de la opinión que en el del conocimiento. Hecha la advertencia, comenzaré mencionando un dato que conocí hace poco (en un libro que estamos distribuyendo en estos días: Identidad y violencia, del Premio Nobel Amartya Sen): en las primeras décadas del siglo pasado, Japón dedicaba a la educación aproximadamente el 40% del Producto Bruto Nacional. Luego, pasada la mitad del siglo XX, se hablaba del “milagro japonés”, y un economista de gran prestigio publicó un artículo, que fue famoso, en el que tipificaba cuatro modelos de desarrollo económico: el de los países desarrollados, el de los países subdesarrollados, el de Japón y el de Argentina. Japón, decía allí, es notable porque sin tener nada lo hace todo, y Argentina es notable porque teniéndolo todo no hace nada. Lo curioso, y Sen –sin comparar con la Argentina, lo analiza muy claramente- es que no existen los milagros: existe la asignación de recursos. Sospecho que si dedicáramos el 40% del producto nacional a la educación habría más lectores (y que si dedicáramos el 15% también habría más lectores). De otro lado, me pregunto si en la Argentina a alguien le interesa verdaderamente que haya lectores, más allá de lo declarativo. Quienes ocupan el espacio público no parecen muy interesados. De hecho, habría que preguntarse cuántos de los ministros de los gabinetes nacionales, provinciales o municipales han leído un libro en el transcurso del año, cuántos empresarios lo han hecho, cuántos legisladores lo han hecho. ¿Por qué habríamos de suponer que quienes toman las decisiones impulsarán el desarrollo de prácticas que no comparten, de las que no participan, a las que realmente no asignan valor en sus propias vidas y para su propio desempeño profesional? Como verá, soy ligeramente escéptico…

—Recientemente he visto un programa "Ver para Leer" que se trasmite por televisión abierta (Telefe) que presenta un formato interesantísimo para la promoción de la lectura. No sólo por sus contenidos y su estética sino por la idea que sostiene esta iniciativa, vía la ficción televisiva, el lenguaje audiovisual intenta hacer del televidente un lector.¿No habría que pensar que la mayor parte de los formatos que se siguen pensando hoy para el estímulo de la lectura pertenecen al pasado? ¿Cómo integrar también Internet para la difusión del libro y la lectura?

—No creo que Internet sea una herramienta para la difusión del libro y la lectura. Sí creo que es una herramienta fundamental para optimizar el acceso a los contenidos: es la más notable mejora en la relación input/output que haya ocurrido jamás, sin duda, y ello permite que quien tiene los incentivos adecuados para buscar conocimiento encuentre con la mejor economía de recursos las alternativas disponibles; eso, claramente, no significa que Internet pueda “producir” lectores. Por otra parte, no estoy convencido de que los formatos que se utilizan hoy para el estímulo de la lectura pertenezcan al pasado. Creo que, en general, se piensa que la lectura pertenece al pasado, y se actúa en consonancia con esa creencia, es decir, no leyendo. Y, en verdad, es una lástima, porque leer, sea por conocimiento o para entretenerse, es tan lindo…


Fecha:
Mayo de 2007

Ficha

Publicado: 06 de junio de 2007

Última modificación: 16 de diciembre de 2012

Audiencia

Área / disciplina

Nivel

Secundario

Categoría

Entrevistas, ponencia y exposición

Modalidad

Todas

Formato

Texto

Etiquetas

lectura

editor

libro

sello editorial independiente

Autor/es

Verónica Castro

Licencia

Creative Commons: Atribución – No Comercial – Compartir Igual (by-nc-sa)


;